El jalufo musulmán y el cordero cristiano

Relato corto de Alejandro Montero

Mohamed era un fiel devoto, acudía a la mezquita a rezar todos los viernes, cumplía escrupulosamente todos los preceptos que mandan las Escrituras. Pero si por algo destacaba Mohamed era por su odio a los cristianos, su particular «yihad» le llevaba a ejecutar a cualquier cristiano que se interpusiera en su camino; daba igual fuera anciano, hombre, mujer o niño; su especialidad eran las decapitaciones públicas en las plazas, pero no renunciaba a otras formas de martirio y muerte… ahorcamiento, crucifixión, dilapidación, cualquier método era bueno para quitar la vida a un infiel. Disfrutaba en su harén de mujeres y niñas esclavas que había convertido a su interpretación personal de la religión de sus antepasados, dictada directamente a él mismo por su Dios personal, es la palabra de Dios decía una y otra vez a todo aquello que beneficiaba a sus intereses propios.
No dudaba incluso de castigar con la pena máxima a todo aquel musulmán que se oponía a su violencia extrema, acusándolos en esos casos de traidores, espías o lo que es peor cristianizados, por lo que a estos últimos le reservaba castigos aún más severos… en la intimidad de su cámara de tortura personal.
Murió Mohamed como dicen las Escrituras: «el que a hierro mata a hierro muere» y contento y orgulloso de haber sacrificado su vida en el nombre del Dios verdadero, ascendió a los cielos en busca del paraiso tan deseado, el séptimo cielo: el reservado a los fieles entre los fieles, pero al llegar a las puertas de ese cielo, le esperaba el buen Dios, escandalizado por el hedor a putrefacto y el reguero a sangre que dejaba a su paso, y lejos de abrirle las puertas del cielo lo devolvió a la tierra convertido en jalufo en una pequeña granja de un devoto cristiano.

Joseph cuidaba con esmero a su pequeño cerdo, lo alimentaba en exceso, «hasta los andares me gusta» le repetía cada vez que le veía, llegó el día de la «matanza» y le cortó el cuello y el puñal le llegó al corazón, chorizos, jamones, morcillas… ni un pedazo se desperdició del jalufo. Acudía cada domingo a orar a la iglesia y cumplía escrupulosamente todos los preceptos que le mandan las Escrituras, hacía obras de caridad y santificaba las fiestas. Era un hombre feliz, con una hermosa mujer y unos hijos aplicados, una bonita casa y la granja del campo, un coche, un caballo.. todo necesitaba, la compraba. Pero si algo le hacía realmente feliz a José en esta vida era su trabajo, estaba orgulloso de trabajar en una de las mejores fábricas de armas del mundo, fabricaba desde grandes bombas a las balas más pequeñas, aviones, tanques, todo tipo de herramienta para matar…
Así, feliz, murió Joseph de viejo en un hospital consumido entre tubos y máquinas, y feliz subió al cielo para resucitar en el paraíso prometido y vivir eternamente en presencia de su amado Dios. Pero ese mismo Dios que es el mismo para todos los hombres, escandalizado por el hedor a carne putrefacta y el reguero de sangre que traía a su paso, lejos de abrirle las puertas del cielo lo devolvió a la tierra convertido en cordero en una pequeña granja de un fiel devoto musulmán.

Cuidaba Mohamed de su cordero con esmero, le llevaba a pastar los brotes más tiernos y de beber las aguas más claras, y mientras esperaba que llegara la gran fiesta del cordero para hacer pinchitos y comerse hasta los ojos, afilaba su cuchillo… ese mismo con el que degollaba a los cristianos.

no todos somos iguales, pero entre todos somos lo que somos

Según Amnistía Internacional:

El volumen medio anual del comercio de armas, en los últimos 10 años, se evalúa en 100.000 millones de dólares, incluyendo el llamado material de defensa, equipos para las fuerzas de orden y algunas de las armas deportivas.

La mayor parte de ese comercio (70%) procede de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU: Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido. Entre los 10 primeros fabricantes se encuentran también Alemania, España e Italia.

Aunque la mayor parte de las transacciones comerciales armamentísticas las llevan a cabo entidades comerciales, la responsabilidad principal de este comercio reside en los gobiernos que se escudan en el derecho a la propia defensa para comprar o vender armas.

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